martes, 23 de octubre de 2012

Nuestra responsabilidad en el consumo


Sartre vino a enseñarnos que somos responsables en tanto que individuos. A pesar de vivir la sociedad de masas, una sociedad donde somos números, estadísticas, modas, corrientes de opinión, escaños, población activa, productivos o no, seguimos siendo individuos. A pesar de que nuestro dinero esté en los grandes bancos y nuestro trabajo dependa de ellos –aun siendo autónomo o empresario, dependemos de ellos- seguimos siendo individuos, con una autonomía de la voluntad y unos derechos reconocidos que podemos y debemos ejercer.
La responsabilidad individual, para producir efecto, ha de ejercerse colectivamente: un grupo de individuos han de realizar una acción para producir un efecto. El individuo podrá realizar una acción individual desligada de un colectivo; difícilmente logrará el objetivo propuesto, pero servirá para calmar su conciencia. Este último caso son las limosnas, por poner un ejemplo. La entrega de una limosna no erradicará la pobreza, pero el individuo pensará que está aportando algo, aunque en realidad acalla su conciencia.
El problema de los actos colectivos es que el ser humano, en su gregarismo, tiende a elegir líderes –ya para protegerse de ellos mismos o para gobernarles, dependiendo del autor-. Aún en democracia, son difíciles las respuestas colectivas efectivas: a pesar del clima de crispación e indignación ciudadana con los partidos tradicionales, han sido estos los que han vuelto a ganar las recientes elecciones autonómicas.
Volvamos, sin embargo, a la enseñanza sartriana: “somos responsables en tanto que individuos”. Sobre nosotros recae una responsabilidad por disfrutar de una autonomía y una libertad. Hay que tener en cuenta que los movimientos sociales existen en tanto una serie de individuos realizan una serie de acciones. Estas acciones suelen ser prolongadas cuando son tutorizadas por algún poder –económico, político- y espontáneas cuando provienen del mismo seno de la ciudadanía.
Hay muchas formas de recoger ese sentir ciudadano para convertirlo en corriente de opinión: formando partidos políticos, asociaciones de carácter cívico, ateneos, grupos de debate… Esto es, no obstante, algo muy general, y me gustaría concretar una de estas opciones que se nos da como individuo como motor del cambio: la libertad económica, y dentro de ella, la de consumo.
Efectivamente, podemos consumir lo que nos plazca y cuanto nos plazca: solamente la ley, que procura mantenernos alejados de ciertas sustancias que en sociedad se consideran que atentan contra la moral y el orden público y nuestra capacidad pecuniaria, nuestro dinero, vamos.
Es necesario, para mejorar la sociedad, consumir con ética. El concepto hedonista y egoísta que prevalece ahora mismo en nuestra s sociedades nos lleva a descuidar algo tan importante como es el concepto de trabajo y esfuerzo humano, y su justa retribución. Solo nos importamos nosotros.
Esto no es simple retórica ni un brindis al sol; puede concretarse en la imagen actual de Apple, la compañía de la manzanita, de empresa moderna, innovadora y todo un ejemplo para nuestros futuros empresarios. Hay que reconocer que la firma de Palo Alto tiene cierto romanticismo: un hippy y un estudiante de ingeniería comienzan a crear ordenadores en su propia casa sin apenas financiación con la idea de hacer que los ordenadores sean accesibles a todo el público, tanto en precio como permitiendo una navegación intuitiva. Lo que siguió después –y no quiero pararme en la actitud de Jobs en los ochenta- ya no es tan utópico o soñador: las denuncias por atentar contra el medio ambiente y el trato que reciben los empleados de Foxconn, empresa encargada de ensamblar numerosos dispositivos Apple, que incumplen las normativas laborales a unos niveles que en Europa creíamos relegados a los cuentos de Dickens. Animo al lector a que se informe, aunque la información es escasísima, relegada a medios especializados, periódicos locales o una breve reseña en medios generalistas.
Apple, de esta forma, obtiene unos beneficios ingentes. ¿Qué podemos hacer frente a Apple? Directamente, no consumir sus productos. Si no es por conciencia de que esos trabajadores están siendo degradados en su dignidad, también habría que considerar si esto no es competencia desleal hacia las empresas que fabrican sus productos acorde a las normativas laborales y seguridad. Si esto no se castiga, tanto cívica como legalmente, otras empresas seguirán el ejemplo de Apple. ¿Tiene consecuencias para el trabajador europeo o estadounidense, sindicado y con condiciones de trabajo aceptables? Desde luego. El fantasma de la descentralización está ahí, y los que llaman a la competitividad, también. Para atraer inversión extranjera, han de relajarse las condiciones laborales, que viene a ser en España la gran solución para estos problemas.
El ejemplo de Apple es extensible a todos los campos de la ética: ¿Es ético que alguien gane dinero exhibiendo el fracaso de la LOGSE en Gandía Shore? ¿El resto de empresas y compañías que usan la descentralización de empresas con esos fines deben de ser premiadas?
Volviendo a Sartre y dejando a Jobs, tenemos esa responsabilidad en tanto individuos. Muchas de estas injusticias no serán conocidas, y puede que aun conociéndolas –el caso de la explotación de los cafeteros en África- ni se nos ocurra oponernos a ellas. ¿Quién puede, con los sueldos actuales, pagarse los productos de comercio justo? Sin embargo, por algo hay que comenzar a limpiar nuestra conciencia. Y no comprar un producto de semejante precio, sabiendo lo que conlleva, limpiará por lo menos nuestra conciencia. Y si todos limpiásemos nuestra conciencia de esta forma, a lo mejor, Apple cambiaba su política. 

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