El 15-M
Probablemente todos los lectores de este artículo haya
vivido el 15-M, aunque fuese a un paso apresurado por la plaza donde los indignados se reunían en sus asambleas
en aquel mayo del 2011.
El 15-M fue una eclosión de descontento en los últimos
compases del gobierno de Zapatero y ante la cercanía de las elecciones
municipales y autonómicas donde arrasó el Partido Popular. Sus gritos contra la
casta, contra ser mercancía en manos
de políticos y banqueros, el paro elevado y la desolación ante una crisis que
ya en aquel entonces se nos hacía larga.
El peso del 15-M fue, en aquel momento, insuficiente para
llevar a cabo sus objetivos políticos. No se cambió la ley electoral, no se
nacionalizó la banca y no se subieron los impuestos a las clases altas. Ni
siquiera se logró parar el bipartidismo, a pesar de, en las generales de 2011,
la subida de grupos como IU o UPyD y la entrada de alternativas puramente indignadas
como Equo al grupo mixto. Ese 15-M que pretendía aglutinar a todo el mundo
quedó en un grito de desesperación, aplaudido, comentado y mediatizado, pero
fútil.
Las comparaciones son
odiosas
Las comparaciones son odiosas, desde luego, y eso le pasó al
15-M. Ya desde el primer momento se le trató de comparar con el Mayo del 68
francés, y más tarde con las revueltas árabes, demostrando que estas
comparaciones eran fruto de periodistas ávidos de morbo, sin presentar apenas
paralelismos con estos acontecimientos.
Para empezar, no consideraría, como si lo fue el Mayo
francés o las revueltas árabes, un movimiento revolucionario. Las revoluciones pretenden cambiar los cimientos
del Estado y de la sociedad, crear un sistema nuevo al anterior. Si olvidamos
la retórica cuidada y los lemas de librepensadores, el programa del 15-M era el
de una socialdemocracia clásica con algunas pinceladas de liberalismo: Sanidad
y Educación públicas y asequibles a la mayoría de la población, banca y sectores
estratégicos nacionalizados y aumento de impuestos a las clases altas para
fomentar la redistribución.
En política, aparte de pedir la honestidad política, algo lógico
no solo para el 15-M sino para todos los votantes e ideologías, la apertura de
listas y mayor democracia interna en los partidos. Esta última reivindicación
era una mera reivindicación de cumplir la propia Ley de Partidos. No es la
construcción de una utopía ni el derrocamiento de un sistema dictatorial.
Las medidas socialdemócratas se acentuaron con la llegada
del PP al Gobierno, un partido de corte liberal y de la casta, hasta el punto de olvidarse de sus pretensiones netamente
políticas como las que explico en el párrafo anterior. La calma del electorado
de derechas con la subida del PP al poder hizo que el 15-M se nutriese de
muchos más componentes de la izquierda.
Los hijos del 15-M
El 15-M dio unos cuantos hijos, y sobre todo, una nueva
forma de manifestarse. La PAH, las mareas (la verde, la blanca, la roja, etc),
los yayoflautas… todos esos son sucesores del 15-M, tanto por la forma de
manifestarse como por sus reivindicaciones.
Los indignados también han logrado cosas, como la apertura
de Fiare, una cooperativa de crédito que pretende ser alternativa a la banca tradicional.
La forma de manifestarse, alejada de las marchas y las
concentraciones clásicas y acercándose al problema (sedes de Bankia, sedes de
partidos políticos, paralizando desahucios etc) han logrado una gran
visibilidad social que incluso la ultraderecha copia. La seriografía, eslóganes
y espíritu de cabreo sigue presente. Un pequeño éxito que, sin embargo, no
logra que, según El Diario.es y El País el PP y el PSOE repunten en las encuestas.
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