lunes, 3 de marzo de 2014

La casa de la señora Le Pen

La imagen de que un Estado es una casa es probablemente uno de los argumentos más repetidos por la ultraderecha. En tu casa no dejas entrar a cualquiera es la letanía que repiten día sí y día también en sus panfletos, discursos, blogs y cuentas de Twitter. Es un argumento tan extremadamente simple que se cae por su propio peso en el momento en que uno reflexiona un momento. Voy a pasar a desarrollarlo brevemente.
Lo primero que hay que pensar es que es una pregunta trampa, casi retórica, porque se responde sola: obviamente, no dejamos entrar a cualquiera en nuestra casa. Por muy solidarios, multiculturales, socialdemócratas y tolerantes que seamos (¡o a lo mejor hay gente excepcional que si lo hace!) si se nos presentase Mamadou en nuestra puerta tras cruzar el Estrecho en una patera y nos pidiese techo y tres comidas calientes diarias no se lo daríamos. No es porque pensemos que el bueno que Mamadou no se las merece, sino porque simplemente no ha surgido el vínculo afectivo necesario como para abrirle esta delicada esfera que es la intimidad personal y familiar. Le ofreceríamos comida, limosna o lo conduciríamos a un centro social, pero no lo invitaríamos a pasar y a convivir con nosotros. Si conociésemos a Mamadou de antes, al ser un amigo o compañero de trabajo, si le abriríamos la puerta (o no, cada cual mantiene las relaciones sociales en el grado que ve conveniente).
¿Somos racistas por no ayudar a Mamadou dándole casa y comida hasta que encuentre un trabajo? No, en absoluto. Simplemente hemos actuado con lógica: mi propiedad y el fruto de mi trabajo lo administro como vea conveniente.
El fallo del razonamiento de Le Pen, y la ultraderecha en general, es que una casa no es un Estado completo, y comparar un zaguán con una política fronteriza y migratoria es tan absurdo como comparar una bicicleta con un submarino nuclear.
Además, podríamos ahondar más en el argumento de la señora Le Pen: ¿tu casa? ¿Es Francia TU casa? Francia será la casa de todos los franceses. Y aunque la ultraderecha suele siempre hablar de nacionales de pura cepa (raza, básicamente) dudo mucho que todos los franceses autóctonos (blancos) piensen en expulsar a los inmigrantes. En una casa, cuando dice la señora Le Pen, suele haber conflictos por algo tan banal como una comida de domingo en la cual se ha invitado a uno de los suegros/cuñados de uno de los cónyuges. No me gustaría pensar cómo va la señora Le Pen a armonizar uno de los Estados más poblados de Europa.
Una casa, por otra parte, carece de estructura democrática: dudo mucho que en su casa tomen las decisiones de forma democrática. Suele haber cierto consenso, pero es una falsa democracia: si sus padres desean veranear en Cádiz y usted se encapricha con ir a Fuengirola, se irá a Cádiz. No me imagino una casa dirigida desde una asamblea, con turnos de preguntas, recursos, sistema constitucional o libertades individuales. Simplemente, como diría Scheler: una casa puede ser una comunidad; en una nación habrá una sociedad. 
Además, la expresión casa (entiendo que aquí la señora Le Pen se refiere al hogar, ese lugar donde desarrollamos nuestra vida íntima lejos de la mirada de los demás) y la ultraderecha hace que se me vengan a la cabeza recuerdos orwellianos. ¿Tiene usted intimidad en su casa? ¿Acaso su padre, madre o hermano no conocen hasta los últimos detalles de su vida (dónde trabaja, qué piensa, cuáles son sus miedos, secretos, debilidades, etc)? ¿Cree usted que toda Francia es una casa? ¿Y está dispuesto a que la señora Le Pen sea una especie de mamá francesa? Le Pen llevando Francia como si fuese una casa, controlando toda la intimidad existente en cualquier hogar francés, suena totalitario.

Un Estado, insisto,  no puede ser una casa. De hecho, como decía Nietzsche: Estado se llama al más frío de todos los monstruos fríos. Es frío incluso cuando miente; y ésta es la mentira que se desliza de su boca: “Yo el Estado, soy el pueblo”.

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